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Citado en el libro "De qué hablo cuando hablo de correr" H. Murakami

martes, 28 de julio de 2015

Repetir curso. Lo que los profesores saben y los padres aún tenemos que aprender

Iba a escribir sobre libros de texto.

Otra vez el día de la marmota, lo sé. Pero es que Ciudadanos, a través de Luis Garicano, ha explicado su proyecto para la Educación en España, y se me ha llenado Twitter de menciones. Propone que los libros de texto sean “gratis”, los coles los presten a los niños y éstos los devuelvan al acabar el curso, pagándolos solo en caso de estropearlos de forma deliberada o similar. También propone reducir las repeticiones, por ser un sistema fallido que además, resulta carísimo.
Y se lió el debate.

No sé si es característica nuestra, no sé si es el sesgo de Twitter o de las personas a las que sigo, pero hay que ser muy perseverante para debatir con posturas e ideas preconcebidas tan arraigadas que se han convertido en dogmas de fe. Pero hay que hacerlo porque siempre merece la pena.
Iré por partes.

Repeticiones. 

Como dicen los expertos, repetir no es un sistema deseable si el objetivo es reducir el abandono temprano y mejorar la formación básica.

Sería soberbio por mi parte entrar a discutir en esos términos y no lo voy a intentar siquiera. Yo os voy a dar la visión de alguien interesado en el tema que antes, mucho tiempo ha, creía en la disciplina y las consecuencias como regla de oro. Pero ya no. Al menos no, como regla infalible, general y estricta.

Entre una postura y otra han pasado años, la disposición adicional quinta de la LOMCE y sobre todo, la maternidad propia y ajena.

Repetir un curso en primaria es casi anecdótico, al menos hasta 5º o 6º. Los problemas empiezan en la ESO y no solo los escolares, empiezan todos los problemas. Porque repetir es un “castigo” demasiado a largo plazo cuando tienes 13-14 años, como para que sea efectivo.

Cuando un chaval lo hace tan mal durante el curso, como para llegar a ese extremo, no suele ser por incapacidad, sino por otro tipo de motivos. Solucionarlo, separándole de sus compañeros - en un momento en que la pertenencia al grupo lo es TODO -  obligándole a trabajar de nuevo materias que cree que ya conoce, enfrentarle a lo mismo que ha odiado o que considera que es incapaz de aprender,  - porque tal o cual materia “se le da fatal” -  haciendo exactamente lo mismo que hizo mal el año anterior, no parece un método muy eficiente.

Foto: hdimagelib.com
A los 14 años ante esa situación, muchas veces lo único que se consigue es el pasotismo total, la demostración fehaciente de que “el mundo me es hostil”, el aburrimiento y la rebeldía absurda cuando no, la inseguridad o el miedo. Y te plantas en los 14-15. Y ven los 16 tan a la mano, que saben que tiene la partida ganada a sus padres. Y lo que es peor, los padres se dan cuenta que, efectivamente, tienen la batalla casi perdida.

Padres que pasan del enfado y el castigo, a la negociación y la casi súplica, cuando ven horrorizados que su hijo, que era un chaval listo y “bueno”, está a punto de dejar de estudiar, con la soberbia propia de la adolescencia.
Si repetir fuera una buena solución, en España no tendríamos un problema de abandono escolar temprano como el que tenemos.

No sé cual es la receta, no sé si hay una única receta, pero estoy segura que esperar a solucionar el problema en el peor momento para hacerlo, es como esperar a beber cuando tienes mucha sed, en una carrera de larga distancia.

Nuestros hijos no son nosotros. Su mundo no es el que fue el nuestro. Su educación no puede ser la que nosotros recibimos y “nos fue de maravilla”. Ellos han cambiado mucho más rápido que nosotros y que los métodos y sistemas aplicados. Y aún más lentas que todo eso, son las políticas educativas en España. No confiamos en los expertos, no respetamos la profesión lo suficiente como para preparar a los mejores y dejarles hacer. La política entra a saco y todos queremos ver objetivos y resultados estandarizados.

Tenemos serios problemas para experimentar, medir resultados y rectificar. Los padres somos cobardes en general y creemos que hay un momento para empezar a pensar, cuando en realidad sabemos que la educación comienza con el primer hálito de vida.
Protegemos de lo inocuo, no dejamos que asuman pequeños riesgos, penalizamos el error, tratamos de asegurar unos mínimos. Enseñamos que guardar los talentos es una cosa prudente y sensata.

Foto: Flickr Creative Commons License
Los profesores, “corrigen”. Las respuestas erróneas, restan puntos. El rincón de pensar, es un lugar donde te castigan. No experimentamos mucho y trivializamos actividades fuera del circuito académico tradicional, que otros sistemas valoran. Son habilidades que consideramos inútiles, casi un entretenimiento.

El día que un adolescente te dice muy serio: “he aprendido que para encajar, no hay que destacar” es un día muy triste. Tal vez fue suficiente, en algún momento, ver cuánto podía dar de sí un joven. Creo que es mucho mejor, no intuir siquiera, hasta donde podría llegar.

Cuando leí el libro de Harari, entendí por primera vez, que la riqueza de la humanidad no era un pastel concreto a repartir, sino uno que crece, en el momento en que se termina el sistema de trueque y comienza el de la confianza en la obtención de frutos futuros. A veces pienso que en este tema seguimos en la economía del trueque, pretendiendo solucionar problemas diferentes, aplicando estrictamente las mismas reglas.

Aprender a aprender, me enseñaron unos cuantos maestros en San Sebastián. Aprender a seleccionar y combinar la información disponible, que cada vez es mayor, y construir nuevas cosas a partir de ella. Ser capaces de unir puntos aparentemente inconexos y plantear problemas diferentes.
Nuestros hijos tendrán que pasar toda su vida aprendiendo. Los cambios en su vida serán muchísimo más rápidos que los que vivimos nosotros. Nadie podrá permitirse el lujo de dejar de aprender constantemente. Y no sé si es eso lo que estamos “enseñando”.

Tal vez mi hija se olvide a los 5 minutos de los ríos de su Comunidad, pero me mostró un estudio tan sofisticado sobre los éxitos y trayectoria de las estrellas de YouTube que me dejó boquiabierta.
No sé si recordará la fórmula de la ecuación de segundo grado, pero es capaz de encontrar y utilizar la aplicación gratuita que necesita para hacer una reseña sobre su novela favorita para la clase de lengua, con U2 sonando de fondo -mamá no me digas que los conoces (¡)-  y lograr que todos sus compañeros deseen leer el libro. Un fin de semana trasteando con imágenes, vídeos, canciones y textos adolescentes en inglés. Y al final todos preguntando: “¿cómo has hecho eso? Eso no lo hace la aplicación que manejamos en el cole.”

¿Ha demostrado saber lo que le habían exigido o ha ido un paso más allá?
Ha descubierto, y yo con ella, que los caminos propuestos no son únicos y que a veces ni siquiera son los mejores.

Hay muchos expertos, muchos profesores y estudiosos que saben cómo hacer las cosas, hay recursos y los niños españoles nos son más tontos que los de otros países. ¿Entonces?

Creo que deberíamos tomarnos tan en serio la educación de las próximas generaciones, como para tener la humildad de atrevernos a cambiar, dejar de crear leyes educativas como quien inaugura pantanos y comprender que la educación básica es una base que se desarrolla a lo largo de muchos años permitiendo que los profesores desarrollen esa tarea adecuándose a los tiempos: experimentar, evaluar y cambiar el rumbo cuando sea preciso.


No, no sé cómo hacerlo, tan solo intuyo que lo que fue suficiente para mi, no lo será para mis hijas.

jueves, 23 de julio de 2015

El cuadro impresionista de la pobreza

Autor invitado: @Demostenes_av


Los últimos días ha habido una cierta polémica acerca de dos artículos de Joaquín Leguina, primero en El Mundo, luego en El País, con una aparición televisiva en La Sexta entre medias. En los tres casos ponía en duda la fiabilidad de las estadísticas sobre pobreza, a menudo presentadas por ONGs.

Como suele pasar en estos casos, en mi no experta, aunque creo que válida, opinión, el señor Leguina tiene parte de razón, y en parte se equivoca. Personalmente, no me cabe la menor duda de que las estadísticas son correctas. Otra cosa muy distinta es la labor de comunicación que se hace con ellas.

Parte del problema es lo que se llama “Falacia de composición”. Para entender un mundo complejo, los humanos tendemos a hacer simplificaciones de lo que nos rodea. Y a veces, eso nos puede jugar malas pasadas si simplificamos en exceso. En particular, solemos hacer generalizaciones como si grupos extensos de personas fueran homogéneos, cuando en realidad no lo son. Tomamos el todo como si fuera más de lo mismo de una de sus partes. Eso explica en parte los prejuicios contradictorios sobre ciertos grupos. Por ejemplo, para algunos los empresarios (todos) son malvados explotadores, mientras que para otros (todos) son verdaderos héroes generadores de puestos de trabajo… No es que un prejuicio sea correcto y el otro no. Más bien, se trata de grupos extensos en los que hay de todo y uno puede encontrar ejemplos tanto de una postura como de otra (aunque no siempre en la misma proporción, claro está). Lo que es incorrecto es generalizar a todos  los miembros del grupo como si fueran iguales, cuando no es así. Dejarse llevar por un prejuicio, positivo o negativo, es correr el riesgo de convertir al otro en alguien que no es.

Foto por Jan Truter, via Flickr (Creative Commons)

En este caso uno piensa en “pobres” y quizá le venga a la cabeza alguien viviendo en la calle y sin recursos, como las personas de la foto. A alguien quizá le sugiera alguien a quien le cortan la luz o el agua. Otra persona incluso pensará en simplemente no poder tomarse una caña en un bar, o irse de vacaciones. Y aquí está el problema. Es muy difícil definir qué es ser “pobre” de una forma en la que todos estemos de acuerdo. A ello se le añade que la información y las medidas que hay disponibles son todas imperfectas. Algunas, de hecho, muy imperfectas, con ejemplos de falsos positivos. Lo que no quiere decir sin embargo que no sea información útil y relevante, sobre todo tomada en conjunto.

¿Hay un 22% de pobres en España? Decir rotundamente “si” es probablemente falso. La respuesta más honesta que puedo dar, y hasta donde yo sé, que tampoco es tanto, es que depende de a que se refiera uno con “pobre”. Si estamos pensando en personas sin ingresos ni hogar, con toda seguridad no. Si pensamos en una definición mucho más “ligera” y general de gente con pocos ingresos que pasa apuros económicos, posiblemente sea una aproximación que no ande muy desencaminada, pero perderemos de vista la gravedad de la situación de los primeros. En cualquier caso, si intentamos describir una situación compleja como si todos los afectados fueran iguales, acabaremos con una imagen bastante alejada de la realidad. Lo que sabemos no proviene de mirar un gran número redondo, como 22%, sino distintos tipos de estadísticas, que van dando pinceladas que no siempre coinciden perfectamente, pero dibujan en líneas generales un mismo cuadro impresionista que observado desde una cierta distancia proporciona una imagen bastante clara.

La crisis se ha cebado especialmente en los sectores de la población con menos ingresos. Más allá de donde pongamos el umbral exactamente, la pobreza, en un sentido amplio, está aumentando en España, la gravedad de la situación de quienes ya tenían dificultades se está acrecentando, y hay poca controversia al respecto. Como me decía esta mañana en Twitter el sociólogo Pau Mari Klose, una veintena de indicadores apuntan en la misma dirección de forma consistente. Y esto es lo que Joaquín Leguina, incluso estando quizá de acuerdo, omite mencionar en sus artículos.

Ello no implica que la labor de comunicación de estas estadísticas esté exenta de crítica. Leguina tiene parte de razón en que a menudo se usan brochazos gordos y un tanto arbitrarios para simplificar en exceso una situación llena de matices y que parezca aún más grave de lo que ya es. Habrá quien justifique esta estrategia como una forma de movilizar a las masas en favor de una causa que se considera justa. Personalmente, yo prefiero tener una imagen más fidedigna de la situación, aunque sea a base de pequeñas pinceladas imperfectas, porque de lo contrario acabaremos aplicando las recetas equivocadas sobre un borrón difuso y con poco parecido con la realidad. No es posible darles de todo a todos, simplemente porque no tenemos los recursos para ello. Además, no todas las personas con problemas económicos necesitan una casa, ni todas pueden aprovechar un trabajo, o les solucionas los problemas con una prestación. Sólo haciéndonos una idea detallada de cuáles son las necesidades reales de la gente a nuestro alrededor podemos aspirar siquiera a ayudarles de forma efectiva. De lo contrario acabaremos intentando ayudar no a esas personas, sino a una caricatura de las mismas que sólo existe en nuestras cabezas. Y todo por no ser capaces de hacer el esfuerzo mental de ver que el mundo es más complicado y diverso de lo que nos gustaría pensar. 

sábado, 11 de julio de 2015

La política.

Éste, probablemente será un post naif. Me gusta la definición, porque me parece que nada naif puede haber en hacer algo deliberado.
Voy a escribir sobre Grecia y la Unión Europea como una "cuñada*" profesional, ni siquiera me voy a limitar, como hago tantas veces, a retransmitir de una forma más o menos literal lo escuchado en el último encuentro en el bar "Los Diablos Azules", donde dos estudiosos del asunto como son Ignacio Molina y Alejandro Barón, nos ilustraron entre cañas, oscuridad y una deliciosa temperatura.
Desde el anuncio del referéndum, hasta este mismo momento, creo que he leído, pensado, escuchado y hablado tanto sobre Grecia y la UE que me parece que el debate siempre ha estado ahí.
Semejante atracón de noticias, la rapidez de los cambios, la virulencia de las reacciones, todo lo que ha rodeado y rodea al enorme problema económico y político al que se enfrenta Europa, ha hecho florecer filias y fobias, intereses y miedos electorales, ha mostrado sectarismos en los medios de comunicación, periodistas haciendo política y también, periodistas haciendo periodismo.
No recuerdo dónde leí aquello de que solo se necesitan héroes cuando se va perdiendo la batalla, pero se levantó el telón y ése fue el escenario en el que entramos todos.
Nos hemos metido en la épica de Leónidas , hemos mencionado fábulas de cigarras y hormigas, hemos hecho de todo esto una lucha de superhéroes y súpervillanos. Era difícil no tomar partido. Estabas con el Bien, o con el Mal. Con los pobres o los usureros, con los trabajadores o con los vagos, con el Pueblo o el Capital.


Y todo lo que iba a escribir en este post se acaba de ir a paseo....................


Así cerré el borrador anoche, tarde, demasiado tarde para un jueves de una semana de calor infernal y trabajo agobiante.
Con esa mezcla de enfado y tristeza que te incapacita para escribir nada coherente, nada útil ni siquiera para entenderte a ti misma, apagué el ordenador.

Estaba furiosa porque se había publicado la propuesta de los griegos a Europa. Una propuesta que se pongan como se pongan los defensores de Syriza, era demasiado parecida a la rechazada por el 61% de los votantes, en el "histórico" Referéndum del domingo.

Estaba triste, también. Porque aunque desde el principio, el Referéndum me había parecido un acto irresponsable por parte de su gobierno (sí, no solo la pregunta, el modo y la causa me parecían dudosos, sino que abría la puerta a que el resto de los países europeos hicieran lo propio, y dejara de hablar la diplomacia para que hablara la ira del contribuyente), es que la única explicación que se me ofrecía a semejante contradicción, era que no había sido la respuesta a una pregunta, sino algo mucho más complicado.

Durante todo el tiempo el referéndum fue para unos ( la mayoría de los representantes europeos ), un sí o no, a la permanencia de Grecia en Europa, y para los otros ( en especial el gobierno griego ), una herramienta que permitiría negociar en mejores condiciones con los acreedores - triste momento aquel, en que los países que un día éramos compañeros de viaje en la constitución de Europa nos volvimos "acreedores" y "deudores" -.
Y si la última interpretación me parecía una mentira tan absurda que nadie podría creerla, la primera me producía un rechazo profundo.
Echar a un país del euro, según dicen,no es tarea sencilla, y da la impresión que hay que "animarle" a irse. Eso pasaría, pensaba yo, por el ostracismo, por la muerte económica total. No solo me parecía cruel, sino que pensaba que el posible castigo pendería cual espada de Damocles, sobre todos aquellos que algún día faltaran a sus deberes.

Soy naif, soy infantil o romántica, pero no estúpida. Ninguna organización humana puede sobrevivir sin hacer honor a la palabra dada, pero tampoco sin un margen para la fraternidad. No es que no sea posible, es que carece de interés embarcarse en semejante asunto.

Varoufakis, la estrella rutilante de carácter arrebatador salió, dimitido, subido a su moto. Se nos fue parte de la épica, de las ganas de hacer historia, de demostrar que los 300 de Leónidas esta vez no morirían, sino que aplastarían a Jerjes con todo el peso de su "superioridad moral", de su determinación y compromiso.

Pero mi enfado y mi tristeza venían, no de un posible acuerdo (que desde el principio deseaba), sino como ya he dicho antes, de la explicación posible a la inmensa contradicción que suponía preguntar a un pueblo si quiere una cosa, animarle a que la rechace con todas sus fuerzas porque ello le haría más fuerte para aspirar a algo mejor y acto seguido pactar algo muy parecido a lo rechazado.

Si yo, que deseaba el acuerdo como el mal menor, estaba estupefacta, no podía siquiera imaginar la cara de los ciudadanos griegos. No solo de aquéllos que habían demostrado a su "líder" que le seguirían al infierno si era preciso, votando "NO", sino de aquellos otros que habían clamado que aquello era un suicidio colectivo aceptando con su "Sí" las duras condiciones que seguro les esperaban.

Y ¿cuál era esa explicación "mucho más complicada"? La dada por el periódico The Guardian, que citando como fuentes a parlamentarios de Syriza, explicaba que "el gran No recibido en el referéndum representaba un voto de confianza en Tsipras, quien tenía apoyo popular para imponer tales medidas dolorosas, como ningún otro antes".

Y me pareció tamaña deslealtad a su gente que me deprimí cuando me explicaron que tal vez hubiese sido la única estrategia posible para que los ciudadanos griegos aceptasen transitar el camino que les esperaba.
Utilizar las herramientas de la democracia, decirle a unos ciudadanos que eran capaces de decidir su destino histórico, tan solo para llevarles, hasta el río, cual flautista de Hamelin, de forma ordenada y sin demasiaso alboroto en las calles.

Mi opinión de Tsipras no podía ser peor. La idea de que esa conducta fuera necesaria, incluso, aceptable, me repugnaba hasta la náusea.

Y entonces me topé con Max Weber (miento, lo busqué, porque una idea suya, citada por Ignacio Molina, me daba esperanzas de encontrar algo de lógica en tanto sinsentido) y leí su conferencia "La política como vocación", impartida en 1919.

"Toda acción éticamente orientada puede ajustarse a dos máximas fundamentalmente distintas entre sí e irremediablemente opuestas: puede orientarse mediante la “ética de la convicción” o conforme a la “ética de la responsabilidad” (...) Cuando las consecuencias de una acción realizada conforme a una ética de la convicción son malas, quien la ejecutó no se siente responsable de ellas, sino que responsabiliza al mundo, a la estupidez de los hombres o a la voluntad de Dios que los hizo así. Quien actúa conforme a una ética de la responsabilidad, por el contrario, toma en cuenta todos los defectos del hombre medio (...) y no se siente en situación de poder descargar sobre otros aquellas consecuencias de su acción que él pudo prever. Se dirá siempre que esas consecuencias son imputables a su acción. Quien actúa según la ética de la convicción, por el contrario, sólo se siente responsable de que no flamee la llama de la pura convicción, la llama, (...) Prenderla una y otra vez es la finalidad de sus acciones que, desde el punto de vista del posible éxito, son plenamente irracionales y sólo pueden y deben tener un valor ejemplar. Nadie puede, sin embargo, prescribir si hay que obrar conforme a la ética de la responsabilidad o conforme a la ética de la convicción, o cuándo conforme a una y cuándo conforme a otra. Lo único que puedo decirles es que cuando en estos tiempos de excitación (...) veo aparecer súbitamente a los políticos de convicción en medio del desorden gritando: “El mundo es estúpido y abyecto, pero yo no; la responsabilidad por las consecuencias no me corresponden a mí, sino a los otros (...) cuya estupidez o cuya abyección yo extirparé” (...) Tengo la impresión de que en nueve casos de cada diez me enfrento con odres llenos de viento que no sienten realmente lo que están haciendo, sino que se inflaman con sensaciones románticas. Esto no me interesa mucho humanamente y no me conmueve en absoluto. Es, por el contrario, infinitamente conmovedora la actitud de un hombre (...) que siente realmente y con toda su alma esta responsabilidad por las consecuencias y actúa conforme a una ética de responsabilidad, y que al llegar a cierto momento dice: “No puedo hacer otra cosa, aquí me detengo”. Esto sí es algo auténticamente humano y esto sí cala hondo"
Y bueno, ya no sé qué pensar. Si la convocatoria del referéndum me pareció un acto producto de la "ética de la convicción" con consecuencias no medidas y responsabilidad despreciada, su utilización en una estrategia dentro de la "ética de la responsabilidad" me descoloca.
Ojalá se hubiera dicho la verdad, o al menos no se hubiera mentido tanto. Ojalá fuera todo menos turbio. Ojalá, más soportable.
No lo sé. Solo me queda la esperanza que Europa esté cerca del sitio donde la imagino y deseo. Responda con generosidad, juego limpio y pensemos que nuestros errores hacen creer a algunos, que este tipo de trampas son necesarias.

Y mientras termino el post más largo de mi vida, en el parlamento griego, están debatiendo la mencionada propuesta del gobierno de Tsipras a las Instituciones europeas. Y estas cosas se dicen:
Juzguen ustedes la vigencia de lo escrito por Weber hace casi 100 años.

PD: En este post iba a mencionar al padre Declan (sí un cura de verdad), que tuvo la amabilidad de explicarme en unos cuantos tuits, la dichosa parábola del hijo pródigo. Y no,  no va de un hijo sinvergüenza al que premian solo por lamentarse y un hermano trabajador que tiene que ver cómo su esfuerzo no vale nada y pagar la fiesta.
No, va de dos hijos que querían al padre cada uno por su propio interés y un padre que los amó tanto, como para aceptarlos siempre.
Era demasiado fácil la analogía.
Gracias "pater".

domingo, 5 de julio de 2015

Preguntas y respuestas (la otra cara del despilfarro de comida).

Autor invitado: Manuel Bruscas
@Manuel_Bruscas

“¡Ay!, al camino recto, por el más torcido,
vengo directo, ¡ay!, a hablar contigo
de nuestros derechos constitutivos”
(Roberto Iniesta)
 Hace unos días abrí en Change.org una petición para que la Comisión Europea obligue a los supermercados a donar la comida que les sobra, a ONGs y entidades sociales. En realidad se trata de una acción promovida desde varios países europeos y está inspirada en el éxito logrado por Arash Derambarsh, quien hace escasas semanas logró que el gobierno francés aprobara una ley similar. Queremos lograr 1 millón de firmas, y de momento, en apenas 2 semanas, llevamos ya 525.000 y algunos medios están empezando a hacerse eco de la iniciativa.
Una pregunta sacude mi cerebro “¿Por qué he iniciado esta petición?”. Necesito una respuesta. Sí, soy un tipo existencialista.  
  • La respuesta racional.
Echo la vista atrás. Todo empezó hace casi 4 años. Una tarde Celia (mi mujer) y yo estábamos ordenando las estanterías de casa y había comida caducada. La lanzamos a la basura y a los dos nos recorrió un sentimiento de culpa. Celia me dijo: “Igual podríamos pensar algo para no tirar comida…”. Y me puse a investigar y a leer. Y descubrí el gran drama de nuestros días: en el mundo hay más de 800 millones de personas que pasan hambre y mientras tanto un tercio de la comida que producimos acaba en la basura. Entre kafkiano y vergonzoso. Y comencé a escribir sobre este asunto. Primero tuve la suerte de conocer a Gonzalo y a Lula, autores del blog 3500. Grandes personas los dos, me han brindado su estupendo blog en varias ocasiones para contar esta triste historia del despilfarro. Más adelante el destino quiso que Jordi Évole y el maravilloso equipo de "Salvados" dedicaran un programa al despilfarro de comida. Y allí hablé de la fruta fea y recordé que nadie en el mundo tendría que pasar hambre. Desde entonces he seguido escribiendo al respecto, me he reunido con muchas personas de la industria alimentaria, he participado en debates y conferencias, he colaborado con ONGs y he conocido a muchas buenas personas. En todo este tiempo, lo que más ilusión me ha hecho es que me contactaran personas que no conocía para pedirme consejo sobre cómo podían crear algún proyecto para acabar con el despilfarro de comida. Pero sentía que tenía que dar otro paso en este camino contra el despilfarro. Y abrí la petición, con ganas de seguir por el camino recto, que quizá es el más torcido. O viceversa. Pero…
  • La respuesta emocional.

El otro día estaba paseando con Celia y nuestra hija de 7 años. Les dije: “Vamos ya por 17.000 firmas”. Mi “canija” aún está algo liada con las decenas de mil y le dije que eso eran 17 veces mil, pero no estoy seguro si lo entendió. Me dijo “¿Para qué firma la gente?”. “Pues para que la comida que sobra en las tiendas se la den a los que no tienen nada que comer”. Y ella me dijo “Claro, papi, es una gran idea. Es lo que se tiene que hacer. Igual puedes contactar al presidente de La Tierra para que firme”. Y entonces me di cuenta. La pregunta correcta no es “¿Por qué he abierto la petición”?. La pregunta adecuada es “¿Por qué no la he abierto antes?” Y es que es de sentido común, es lo correcto: sobra comida, hay gente que no puede acceder a una alimentación digna. No hay mucho más que añadir. Porque…

  • Los sueños y la fraternidad.
…porque vivimos en un mundo imperfecto. Pero está en nuestras manos rebelarnos contra las injusticias. Es el momento de reivindicar la “fraternidad”, el patito feo de la Revolución Francesa. Soñar despiertos, mantener despiertos los sueños. Nunca había pensado que una recogida de firmas tuviera mucho valor, hasta que descubrí que la autora de este blog (sí, hablo de Elena Alfaro) había conseguido recoger 300.000 firmas para que los libros de texto tuvieran un precio justo, porque hay muchas familias que no pueden pagar la educación de sus hijos. Elena persistió, y consiguió que el Congreso de los Diputados aprobara una iniciativa inspirada en su reivindicación. Así que sigo soñando, y sigo recogiendo firmas. Porque es mejor hacer algo que no hacer nada.  
Por último, quiero darle las gracias a Elena. No la conozco en persona, pero hemos intercambiado mails, hemos hablado por teléfono alguna vez y hace un tiempo escribimos un artículo a medias. Ella es una optimista irredenta y es tan buena gente que me ha cedido su blog para que os hablara de este asunto. Lo bueno de Elena es que está siempre abierta a debatir y eso que discrepamos en algunos temas (Pablo Iglesias y su mirada es el tema estrella). A los dos nos apasiona la música, así que me tomo la libertad de cerrar el post con una canción. He escogido ‘Send Away the Tigers”, de Manic Street Preachers. Una canción que me transmite fuerza, ganas de cambio e inconformismo.

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