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Citado en el libro "De qué hablo cuando hablo de correr" H. Murakami

domingo, 1 de marzo de 2015

Tres días (II). El desenlace

Anteriormente en Inquietanzas :)

Allí estaba, entre maestros y personas vinculadas directamente a la enseñanza con mil cosas en común.Yo era como el huevo entre castañas, y eso me hacía sentir absolutamente libre para involucrarme en los juegos como si me fuera la vida en ello y disfrutar sin vergüenza ninguna. No me sentía evaluada por mis pares, sabía que mi opinión o mis actos no influirían en nadie por ningún otro motivo que no fuera el valor que tuvieran en sí mismas, y eso es una gozada. Así que, consciente de que mi disfrute y aprendizaje dependían de ese grado de independencia, hice cuanto estuvo en mi mano para protegerla.

El ritmo frenético, completamente intencionado, se alternaba con momentos de reflexión, una especie de digestión acelerada de lo aprendido.
Una de esas ocasiones fue asistir a una pequeña charla.
Dentro del contexto en que me encontraba entendía perfectamente la clave en la que habló el ponente: era una persona con fuertes convicciones religiosas, pero al comenzar tuvo a delicadeza de advertirnos, que si alguien se sentía molesto por la utilización de la palabra "Dios", la cambiara por "vida" o "naturaleza", como se sintiera más cómodo.
Se me alzaron ambas cejas y decidí probar si aquello era cierto. De esta guisa le escuché y fui tomando notas. Es un buen ejercicio, cansado, pero muy interesante.
Entre mis notas releo cosas como "disponemos de unos segundos para convertirnos en ángeles o demonios, no más",  la necesidad de tener "criterios de discernimiento, para poder integrar cuanto nos sucede y no controlamos", "discernir no nos hace infalibles, simplemente honestos" o la importancia del "deseo" en aquello que quiera que hagamos. Citó a un conocido nicaragüense que una vez le dijo: "[Dios] La vida te hace desear lo que te va a regalar".

Nunca me había planteado el deseo como herramienta de discernimiento, como criterio racional para decidir. Más bien era algo a combatir, por aquello que aprendimos en algún momento de nuestra infancia, algo que se refería a hacer lo que debíamos, no lo que deseábamos.
Algo que nos mataba las ganas de arriesgar y la posibilidad de hacer las cosas de una manera distinta.
En ese momento se me pasó por la mente Damásio: El "mundo exterior" parece ser bastante menos relevante que nuestro "mundo interior", a la hora de gestionar la información.

Mi madre siempre hizo lo que deseó. Mi padre, lo que creyó su deber. Y su hija, pasada la cuarentena acaba de aprender que el deseo es imprescindible para hacer las cosas bien y cumplir nuestro deber.

Y empezaron los talleres. Íbamos a aprender, pero al tiempo, éramos las herramientas utilizadas para el aprendizaje. Es bonito, algo redundante con el propio método del taller al que había sido adscrita -"Desing for change" - que parte del proceso global diseñado en Stanford -  Desing Thinking - y que desarrolla un método que nos permite enfocar problemas cualesquiera, de forma creativa, colaborando y utilizando disciplinas variadas.
Algo así como un plan de entrenamiento que persigue hacer de la "idea feliz" un suceso frecuente.
Enfocada al ámbito educativo, al aula, se organiza en 4 etapas: sentir (entender), imaginar, actuar y compartir.
Os recomiendo que veáis esta estupenda charla TED para intuir las posibilidades.



Todas las etapas son imprescindibles y cada una tiene sus normas y sus herramientas.
Hemos de partir de un problema concreto, algo que queremos cambiar, una necesidad que vemos que no está cubierta, y si no la tenemos, necesitamos un paso previo: mirar.
Sentir, es empatizar, entender lo que ven, dicen, oyen y sienten, los afectados directa e indirectamente por el asunto pendiente.
Imaginar, es una etapa alocada, en la que cada uno de los miembros del grupo comienza a anotar todo aquello que se le pase por la cabeza y que de algún modo, pueda tener relación con el fin perseguido: atacar y solucionar el problema. Es importante no racionalizar, no buscar la cualidad sino la cantidad. Es fundamental, pasarle tu lista al compañero y continuar con la suya, imaginando sobre sus ideas, sin juzgar ni evaluar.
Una vez puestas en común las ideas, se procede a depurarlas, sin dejar de imaginar, y se van filtrando en aras de diseñar una estrategia. Al final, elegimos aquellas que creemos pueden ser efectivas y pasamos a la tercera etapa: ponerlas en práctica.
Hacer: Aplicar esas estrategias seleccionadas, y extraer conclusiones de efectividad. Qué ha funcionado, qué no, qué hemos extraído del aprendizaje e iterar.
Compartir: at last but not least, esta etapa es fundamental, porque como el método es iterativo, la puesta en común de los resultados, documentos y métodos aplicados, iniciará un nuevo proceso en alguna otra parte.

Nuestro ejercicio consistió en enfrentarnos a una situación de desigualdad en el aula. Un grupo variado en sus capacidades, personalidades, razas, niveles socioeconómicos, credos y condicionantes familiares, tan diversos como un aula puede serlo. Pasamos la etapa uno y dos, y para cubrir la tercera, hacer, nos crearon una situación real de injusticia a la que debíamos aplicar las estrategias decididas. Fue durante la cena.
Nos dividieron en grupos. Los del taller "desing for change", debíamos sentarnos en la misma mesa y el resto de los equipos no debían saber nada de lo que nos proponíamos. Ellos serían el prototipo, nuestro aula, los conejillos de indias donde probar si nuestras ideas eran útiles o un fracaso absoluto.
La situación de injusticia, fue una reproducción a pequeña escala del reparto de bienes en el mundo. Cada grupo representaba un continente, el número de componentes iba en función de la población de ese continente, y la cantidad de ingredientes disponibles se le asignaba en proporción al nivel de riqueza. Pero todos tenían que completar la misma tarea: elaborar la cena para 45 personas, un pincho por cabeza, y en el mismo tiempo. Ganaría el mejor pincho, el más sabroso y mejor presentado.

Empezamos a interactuar, nos pusimos frenéticos, negociamos, comerciamos, suplicamos por una lechuga, y llegamos a cambiar besos y abrazos a cambio de una cucharilla, (Asia estaba en poder de todas las herramientas disponibles). Dos grupos se fusionaron ante la imposibilidad, uno de elaborar tanta comida con solo dos miembros (Norteamérica) y la ausencia de alimentos de otro (África). Finalmente, con el único objetivo de conseguir dos bandejas en las que poder presentar los 45 pinchos, Europa se ofreció a fregarlo todo.

Mientras, los del taller de desing for change, íbamos poniendo en práctica las estrategias elegidas con el fin de paliar la desigualdad y fomentar la cooperación.
Así, cambiamos sitios con los de otros continentes y fuimos recibidos, en Europa, con cajas destempladas sin dejarnos decidir nada y acusándonos de mucho hablar y poco trabajar. Por Dios que aquello era una metáfora tan literal, que acabamos gritando que los recién llegados éramos España, Grecia y Portugal. A continuación, enviamos mensajes de apoyo a todos los demás grupos, diciéndoles las cosas positivas que veíamos que podían aportar. Nos consideraron spam molesto ante el rápido discurrir del reloj. Vamos que nos salió de pena, pero los pinchos estaban buenos. En un momento aparecieron unas cajas de pizzas que nos demostraron que los profesores no las tenían todas consigo sobre el desenlace del experimento y habían previsto la posibilidad de que nos quedáramos sin cenar.

Hicimos una recopilación de lo sucedido: todos habíamos quedado impresionados por aquello de los ángeles y los demonios y los pocos segundos para ser una cosa u otra, pero cuando nos metimos en competición, se nos olvidó instantáneamente. En lugar de lograr una cooperación efectiva, habíamos recurrido a lo más antiguo de la historia del hombre para conseguir lo que necesitábamos: prostituirnos (amor a cambio de una cucharilla), suplicar (por favor dame una lechuga que a ti no te hace falta y la vais a tirar) y acabar aceptando un trabajo muy duro a cambio de un salario miserable (dos bandejas por fregar los cacharros de 45 personas).
Y de este prototipo, sacamos conclusiones.

Es curioso cómo a cada persona le resulta más gratificante o difícil una u otra etapa. Hay quien tiene problemas con empatizar, otros con dejarse llevar e imaginar soluciones que consideran ridículas y otros con ejecutar lo ideado. Creo que la fase de compartir lo hecho, es la menos conflictiva.

De aquello me llevé un nuevo juego que poner en práctica con mis hijas, mientras caminamos por la calle. Señalo un objeto y nos damos un minuto para imaginar posibles usos alternativos. Es alucinante la velocidad a la que se sueltan. La segunda vez que lo practicamos, una tapa de alcantarilla podría utilizarse para hacer galletas oreo para un robot y una botella de agua, sería una buena bañera para un hámster.
Con niños esa herramienta funciona de cine, pero con mayores es realmente gratificante descubrir que nunca se es lo suficientemente adulto para perder la capacidad de imaginar sin límites.

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